viernes, 29 de junio de 2012

La Solapa






Durante toda mi infancia, hasta los comienzos de la adolescencia, veníamos a pasar las fiestas de fin de año a Santa Fe, a la casa de mis abuelos.
Salíamos de San Nicolás muy temprano, de madrugada, para que no nos agarre el calor del verano santafesino en la ruta, que era (y sigue siendo) terrible, y los autos que los Quiroga teníamos en esos años, no tenían aire acondicionado. Primero fueron dos “4L”, uno blanco que mi mamá fundió por andar sin agua, y otro que habíamos bautizado “El trueno naranja”. Luego mi viejo compró un Fiat 800, en el que viajamos hasta Mar del Plata. Después un 128 anaranjado, al que le siguió un Falcon que se aguantó todas, y llegó un Peugeot 504, y así...pero ninguno con aire.
Pero cada vez que veníamos a Santa Fe, lo que más me llamaba la atención era que a la hora de la siesta se hacía precisamente eso, dormir la siesta. Religiosamente. 
Y, ¡ojo con levantarte y salir a la puerta! Porque estaba “La Solapa”. 
La verdad es que no recuerdo qué clase de monstruo terrorífico se me pasaría por la cabeza, pero los más chicos le teníamos un miedo bárbaro.
Con los años, supe que La Solapa era -según las tías de la familia-, una vieja muy fea que en las tardes de mucho calor, cuando el sol lo quema todo y en los pueblos (o en el campo) nadie sale, acechaba a los chicos que se atrevían a salir de sus casas. 
Los vecinos contaban en voz baja que una vez, la espantosa vieja encontró un guacho atrevido durante la siesta, y lo encantó haciéndolo caminar bien lejos de su casa. Dicen que lo atrapó y lo envolvió en los quince volados que tenía su vestido blanco y se lo llevó. Otros amigos del Quirno, mi abuelo paterno, aseguraban que La Solapa volaba y tiraba a los chicos desde las alturas; o que se metía en los montes que rodeaban al Centenario, contra el río, y dejaba a los chicos abandonados, a merced de animales y alimañas. 
Lo que sí es seguro, es que La Solapa es muy alta, fea y que si alguna vez agarraba a un chico, éste jamás volvería a su casa.
“Si no vas a dormir la siesta, te va a agarrar la solapa”, me decía mi vieja. Y yo, resignaba las mejores siestas. Esas en que con mis primos queríamos salir a explorar las calles del barrio, aprovechando que los más grandes dormían y nosotros podíamos ser los dueños de todo. 
Los años nos fueron enseñando que las verdaderas Solapas son otras, mucho más dañinas y voraces; y que ese momento mágico del día, como es la siesta se ha hecho para descansar. No sin antes advertirles a nuestros pequeños hijos que si no van a dormir la siesta, se los va a llevar La Solapa.

martes, 15 de noviembre de 2011

El Can Cerbero



El Hades (el inframundo griego), era una región tenebrosa, oscura y funesta, dividida en dos regiones: Erebo, donde los muertos entraban en cuanto morían; y Tártaro, la región más profunda, donde se encerró a los titanes. Las puertas del Hades estaban situadas a la orilla del río Aqueronte, frontera entre los vivos y los muertos. Era un lugar, habitado por formas y sombras incorpóreas, y custodiado por el Can Cerbero, el perro de tres cabezas y cola de dragón. 
El Can Cerbero era un ser solitario, quien solamente contaba con la esporádica compañía del barquero Caronte. La soledad de la entrada del Hades, le permitía al Can Cerbero estar siempre alerta, y fue una pesadilla para todos aquellos valientes héroes que se atrevieron a cruzar aquellas puertas sin el permiso de Hades. El Can Cerbero se encargaba, irrevocablemente, de que ningún mortal pasara al plano de los muertos, y de que ningún espectro intente acceder al plano de los vivos. 
Era un ser espectral, con forma de perro, tres cabezas y una cola con serpientes. Los ojos eran rojos y estaban iluminados por una luz sobrenatural. Tenía voz de bronce, comía carne cruda y de sus colmillos se desprendía un veneno negro y mortal. Era temido por su fuerza y su agresividad a la hora de vigilar la puerta que tenía encomendada. Cada una de sus cabezas contaba con afilados colmillos, y además solía ayudarse con las serpientes de su cola para ejercer constricción sobre los seres a los que se enfrentaba.
Cuenta la leyenda que el Can Cerbero tenía dos puntos débiles: la miel y la música. 

lunes, 14 de noviembre de 2011

El Yaguarón


Cuenta la leyenda, que desde tiempos inmemoriales, los aborígenes y los pescadores que habitaban en las costas de los pagos de los Arroyos, veían con cierta frecuencia a un animal mitológico. Cuentan estas mismas voces, que los habitantes de San Nicolás lo llamaron Yaguarón, que según la voz guaraní Yagua, significa perro, y Ron, serpiente.
Si bien los distintos narradores no han podido definir bien su aspecto, se sabe que es un animal fabuloso de rara conformación y grandes dimensiones, con cuerpo amarillo verdoso de serpiente, agallas, cabeza de perro y terribles colmillos demoledores. Con ellos roe las bases de las barrancas, formando socavones y canales subterráneos que al desmoronarse producen esos ecos que las olas del río proyectan hacia las costas distantes.
Estos desmoronamientos, muchas veces se cobran las vidas de hombres y animales, ya que al caer a las convulsionadas aguas, la bestia despedaza a sus víctimas, devora sus pulmones y vuelve a las oscuras profundidades del río.
Entonces, cuando llega el mensaje de esos ruidos lejanos, sordos, que sacuden la paz de los arenales, los hombres de la costa, los experimentados espineleros, afirman sentenciosamente: - “¡Oh, Yaguarón viejo. Ya andará haciendo una de las suyas...”

lunes, 11 de abril de 2011

Carta laica de un padre a su hijo



Yo no quiero dejarte prisionero de una organización que primero te inyecta el veneno del complejo de culpa, para decirte después que el único antídoto lo tienen ellos. No quiero que te inculquen una moral tan artera que considera más peligrosos una teta, que una pistola o un artilugio capaz de arrasar una ciudad entera.

Yo no quiero que te enseñen a dividir la humanidad en buenos y malos, en fieles e infieles, en los "nuestros" y el resto. No quiero que tiñan de pecado original tu inmaculada alma, ni que vendan tu niñez a algún desaprensivo de su organización, oculto y a salvo por su jerarquía.

Yo no quiero que maten tu rebeldía con un puñal de resignación, ni que amenacen tu bendita osadía con un infierno a su medida. No quiero que te cambien por tristeza tus toneladas de alegría, que distraigan tu mirada con el más allá del más aquí, que las promesas de vida eterna te hagan olvidar el compromiso frente a la eterna mala vida de los de siempre, que injusto sea normal y hermanos no sean todos, que de tanto mirar al cielo se te olvide el suelo.

Yo no quiero que nadie dirija tu cama, que unos hombres que viven solos te digan lo que es familia, que la justicia social es envidia, el impulso natural lascivia y la libertad pecado. No quiero verte expiar sus culpas, perdido en sus turbas, sin razón ni corazón, tan pendiente de los santos que no veas que todos los demás somos tantos, no quiero que te cambien un beso por un paraíso, ni un abrazo por un latigazo, que te sustituyan la solidaridad por la caridad.

Yo no quiero para ti ni su cielo, ni su infierno eternos, no quiero su bálsamo del no pensar, el bálsamo del perdón por nada, la cadena del complejo de culpa o el látigo del castigo divino, no quiero que compres almas por un plato de lentejas, ni que vistas a los desnudos a cambio de reemplazar al Dios que reza, para ti hijo mío, quiero paz de verdad, paz de humano, paz de hermano, amor de verdad, amor de humano, amor de hermano, esperanza de verdad, esperanza de humano, esperanza de hermano, para ti quiero todas las manos, toda la paz, todas las esperanzas y todo el amor, porque para ti deseo que todos los seres humanos sean tus hermanos, sin distinción de raza, sexo o credo, para ti quiero la plenitud de ser humano, hermano, entero y sin miedo.

Gonzalo Morales



viernes, 21 de mayo de 2010

Oda escrita en 1.966


Nadie es la patria.
Ni siquiera el jinete que, alto en el alba de una plaza desierta, rige un corcel de bronce por el tiempo, ni los otros que miran desde el mármol, ni los que prodigaron su bélica ceniza por los campos de América o dejaron un verso o una hazaña o la memoria de una vida cabal en el justo ejercicio de los días.
Nadie es la patria.
Ni siquiera los símbolos.

Nadie es la patria.
Ni siquiera el tiempo cargado de batallas, de espadas y de éxodos y de la lenta población de regiones que lindan con la aurora y el ocaso, y de rostros que van envejeciendo en los espejos que se empañan y de sufridas agonías anónimas que duran hasta el alba y de la telaraña de la lluvia sobre negros jardines.

La patria, amigos, es un acto perpetuo como el perpetuo mundo. (Si el Eterno Espectador dejara de soñarnos un solo instante, nos fulminaría, blanco y brusco relámpago, Su olvido.)
Nadie es la patria, pero todos debemos ser dignos del antiguo juramento que prestaron aquellos caballeros de ser lo que ignoraban, argentinos, de ser lo que serían por el hecho de haber jurado en esa vieja casa.
Somos el porvenir de esos varones, la justificación de aquellos muertos; nuestro deber es la gloriosa carga que a nuestra sombra legan esas sombras que debemos salvar.

Nadie es la patria, pero todos lo somos.
Arda en mi pecho y en el vuestro, incesante, ese límpido fuego misterioso.

Jorge Luis Borges
 
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