Los pájaros se pasan días enteros construyendo su nido, recogiendo materiales -a veces- traídos desde distancias inmensas.
Y cuando ya está todo el nido terminado y los pájaros están a punto de tener a sus crías, las tormentas, un ser humano o algún animal lo destruyen y tiran por suelo tanto esfuerzo.
¿Qué hace el pájaro entonces? ¿Se paraliza? ¿Se deprime? ¿Abandona la tarea?
No. De ninguna manera.
Vuelve a comenzar, una y otra vez, hasta que en el nido aparecen los primeros pichones.
Duele recomenzar, pero, aun así, el pájaro jamás enmudece ni retrocede, sigue cantando y construyendo, construyendo y cantando.
Entonces, así nos golpee la vida una vez más, no hay que entregarse nunca.
Hay que seguir.
Hay que poner la proa visionaria hacia una estrella, afanosos de perfección y rebeldes a la mediocridad.
No hay que preocuparse si en la batalla sufrimos alguna herida. Probablemente así suceda. Hay que juntar los pedazos, armarlos de nuevo y volver a empezar. De cero.
No importa lo que pase, hay que seguir adelante.
Y nunca dejar de cantar.
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