miércoles, 30 de diciembre de 2009

¿Por qué nos apuntaban?.



Esos días eran así. Marchas, asambleas, los famosos “playones”, con miles de obreros demacrados por la lucha diaria. Y en la puerta de la fábrica, carpas, carpas y más carpas.

Habíamos ido a Plaza de Mayo para mostrarle a esos necios que éramos más de trescientos revoltosos, como decían. Ese día fuimos siete mil.

El viaje de vuelta desde Buenos Aires a San Nicolás había sido muy largo. Mucho más de lo que hubiésemos querido.

Llegamos a las tres de la mañana y los viejos colectivos no pudieron llegar hasta la puerta de la fábrica. Nos dejaron como a cuatro cuadras del puente que separaba a SOMISA de la Ruta 9. Y tuvimos que llegar caminando.

Las jornadas no tenían fin. Es que el decreto de privatización se había clavado en el pecho y en los sueños de todos los nicoleños. Y ahí estábamos, defendiéndonos.

Caminábamos lento. El silencio nos aturdía. Ni una voz. Ni una. Sólo los pasos que retumbaban dentro de cada una de las almas castigadas por el hambre y el sueño. Al costado del camino, las armas de los gendarmes no nos sacaban los ojos de encima.

La fábrica no sólo era fuente de trabajo. Ese mundo de hierros y hornos, era la usina de dignidad más grande que se puedan imaginar. Había que ver las caras de la gente los treinta de cada mes. Eso era alegría. Poder llevar los chicos a la plaza, y encima, pagar dos vueltas a la calesita. Eso sí, siempre y cuando, no le manotearan la sortija al viejo calesitero, que parecía malo... pero yo sé que disfrutaba cuando los pibes se ganaban la vuelta gratis.

Eso era dignidad. Ganarse el derecho a vivir sin lujos, pero con la olla llena y el pan del día.

¿Sabrían los gendarmes que nos estaban apuntando que caminábamos hacia el abismo? No, seguramente no lo sabían. Ellos sólo cumplían órdenes. Y si sabían... ¿por qué nos apuntaban?.

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